domingo, 31 de mayo de 2015

Indescriptible, porque realmente no sé como expresarlo.

Yo llevaba mucho tiempo sin estar cómoda con lo que tenía. Sí que debería haberlo valorado más estos últimos meses, pero estaba cansada de ser la única que hacía algo por el otro.
De vuelta a las clases después de una corta Navidad, nos encontramos con nuevos personajes los cuales no tenían intención de formar parte de nuestra pequeña locura de novatos.
 Estaban los tres que se sentaban juntos porque ya se conocían del año pasado, la que socializaba con las menos populares de la clase, la mujer mayor que miraba a todo el mundo cuando alguno de nosotros hablaba, el que se sentaba solo a no ser que alguna devoradora de hombres se pusiera a su lado, y los de intercambio. Esos últimos son a los que menos se les oía.
Las miradas son inevitables en estas situaciones. Los que ya nos conocemos nos miramos cómplices del mismo pensamiento cuando vemos que algo nos gusta o nos produce risa. Pero ellos...ellos también se percataron, si no todos, por lo menos uno de ellos.
Y quién iba a pensar que yo acabaría así...Él nos miraba como con desinterés, sabiendo lo que pensamos todos y cada uno de nosotros, analizando nuestros gestos y formas de expresarnos.
No sé si fue mi sana locura de niña adolescente aún a mis 18 lo que me llevó a cometer aquella tontería o simplemente que algo me decía por dentro que tenía que hablarle, que había algo de lo que teníamos que hablar. No lo sé bien, pero lo hice.
En un principio me entró miedo y no quería molestar a nadie así que en lugar de buscar su contacto, seleccioné el de un amigo al cual tengo guardado con un nombre parecido. Mi destino a hablarle ya no lo pude cambiar. Tonta de mi por no fijarme, que en lugar de saludar a mi amigo había enviado un mensaje al otro muchacho.
Para mi sorpresa respondió enseguida. Yo sabía que él pensaba que lo mío no había sido un accidente, pero me dio un poco igual lo que pensara.
Fueron horas las que estuvimos hablando. Y, en efecto, había algo bastante ''importante'' de lo que hablamos. Sentí miedo y fascinación a la vez, porque sentía que había encontrado a alguien como yo, más mayor y con más vivencias y errores, pero como yo. Sentía escalofríos cada vez que me contaba una parte de su vida, un momento espeluznante y algunos otros bastante tristes. No sentía pena por él, yo estaba segura de que eso eran rachas.
Las siguientes noches se llenaron de conversaciones bastante entretenidas, divertidas, íntimas, variadas. Y me fui acostumbrando a ello.
Ahora, ¿qué puedo decir ahora? Me siento como no me había sentido nunca. Creía haber conocido algo muy bueno hasta que éste llegó y me di cuenta de que no, de que era mucho más de lo que yo pensaba que sería sentir algo así. Que en tan poco tiempo una persona te enseñe valores, que os aprendáis a tratar el uno al otro y que haya tanta comodidad...es un regalo.
Qué bonito cuando encontramos sensaciones así.