A partir de los cinco años empecé a olvidarme de esas cosas extrañas que me pasaban. Seguía teniendo pesadillas y sueños raros pero ya era algo normal para mí, no le daba importancia.
A los siete años me tuve que mudar porque mis padres habían encontrado trabajo cerca de otro pueblo y era mucho mejor para todos irnos a otra casa. Me enfadé bastante por tener que dejar a mis mejores amigos en mi antiguo hogar. Quería llevármelos conmigo pero probablemente sus madres no estarían de acuerdo.
Antes de largarnos de aquella casa me aseguré de dejar mi nombre escrito con un lápiz azul en la pared de la que dejaba de ser mi habitación.
Pronto me acostumbré a la nueva casa y mi habitación era mi lugar favorito. Pero vino la separación de mis padres y bueno, ya sabéis, esa casa también la dejé. Mi madre buscó un piso para las dos y mi padre vendió la casa.
Me sorprendió lo rápido que parecían haber olvidado todos los años que habían compartido y como encontraron a alguien que los amara. Pero lo que más me sorprendió fue ver como mi madre poco a poco se olvidaba de que tenía una hija y se centraba más en ella misma. La persona que tenía junto a ella la cegaba, mucho.
Pasaron así unos siete u ocho años, hasta que cumplí los dieciocho, durante los cuales estuve soportando que me hablaran mal y, de vez en cuando, me dieran un bofetón tan fuerte que me giraba la cara y con ella el resto del cuerpo. Pero en mi mayoría de edad puse un punto a esas situaciones y me fui de casa. Sí, me fui pero no muy lejos ya que solo podía ir a casa de mis abuelos. Podría haberme quedado en casa de mi padre pero tendría que contaros otras historia para que lo pudierais entender. El caso es que tampoco tardé mucho en volver con mi madre y su pareja, pero las cosas empezaban a cambiar. Cambiaron tanto que al mes de haber vuelto a casa el marido de mi madre falleció.
Fue un golpe muy duro para todos nosotros porque nadie se lo esperaba y a pesar de todas las peleas y las veces que me ha echado la culpa sin sentido alguno, yo estaba destrozada puede que incluso más que mi madre.
Como toda mi vida, tuve que hacerme adulta, más aun de lo que fui a partir de que mis padres se separaran y dejaran de quererse. En el fondo me hace gracia lo inocente que era. recuerdo que un día le pregunté a mi padre si aun seguía queriendo a mamá.
Pero bueno, a lo que iba. A partir de la muerte que nos golpeó nuestras rutinas, volvieron a suceder cosas bastante paranormales. Meses antes de todo lo sucedido yo volvía a ser consciente de cosas que pasaban ante mis ojos. Puede que ya las viera un año o dos atrás, pero empecé a tomar consciencia de nuevo y esta vez creía estar preparada para esto.
Sé que pude ver al marido de mi madre lamentarse por no poder acariciar a mi hermano y de que yo no hiciera nada para ayudarlo, pero yo estaba muerta de miedo. Realmente no estaba preparada.
También sé que he visto a gente de mi familia o que al menos he soñado con ellos y me enviaban algún mensaje.
Tuvimos que volver a casa de mis abuelos, al pueblo donde yo me sentía en mi lugar, y me reencontré con mis mejores amigos de la infancia. Ahora tenía mis mejores amigos y mi novio y a su madre, que es una mujer muy dulce que también entiende bastante de estos temas pero que a veces pierde un poco los nervios, pero reencontrarme con Alejandro y Guillermo fue algo muy especial. El destino nos había reunido de nuevo.
Empecé a compartir estas experiencias con ellos dos, más con Álex que con Guille, y sentí que había un lazo que nos unía. Puede que me equivoque pero no todo el mundo sueña lo mismo que sus amigos y tampoco compartes las mismas horas de parálisis del sueño.
Hasta el día de hoy, que solo ha pasado un año, estas cosas siguen siendo así.
La verdad no tengo una vida muy destacable pero sí muy interesante y hay muchas cosas que me asustan pero no la cambiaría por nada.
Creo que esto es un buen resumen de estos últimos años. Me he saltado unos meses recién pasados pero ya contaré lo sucedido en otro momento.
sábado, 26 de septiembre de 2015
jueves, 24 de septiembre de 2015
Las luces de la vida.
Me acuerdo de cuando tenía cinco años. Adoraba mis zapatillas blancas porque me hacían correr más rápido y eso siempre me había gustado, correr. Cuando iba al parque cada vez que eramos demasiados salía corriendo, gritando, como para parecer más divertida y también para alejarme un poco de ellos. Prefería estar sola con mis zapatillas y mis ideas de niña curiosa.
También recuerdo cuando mi madre tiró a la basura esas estupendas zapatillas. No entendía cómo se habían podido romper tan pronto, solo me había pasado los días corriendo y brincando desde que las tenía y ahora tenía que llevar unas con cordones. No sabía atarme los cordones. ¿Qué iba a hacer si se me desataban? Tendría que pedir ayuda a alguien y eso era algo impensable, acercarme a alguien para hablarle, no.
Aprendí a atarme los cordones en nada, como era obvio, como hacemos todos.
Pero bueno, a esa edad me pasaban cosas más extrañas o especiales, como queráis interpretarlo, que saber atarme los cordones o aceptar la pérdida de mis zapatillas favoritas.
Con cinco años veía gente por todas partes, tanta gente que sobraba. Yo estaba tan acostumbrada que realmente me parecía normal. Al principio me asustaba ver a tanta gente por las calles, por las escaleras de mi casa, en el ascensor, por la noche cuando me iba a la cama... Como está claro, no lo veía nadie más.
Esa gente me susurraba cosas que yo no entendía y eso me asustaba, supongo que esa es una de las razones por las que no me gustaba ni me gusta demasiado la gente. Me pedían cosas que me aterrorizaban y tampoco comprendía por qué me lo pedían a mí, si yo solamente tenía cinco años y medio. Con el tiempo me acostumbré a ver a esa gente, nunca sospeché que realmente no estuvieran ahí ni tuve la duda de si alguien más veía lo que yo. Jamás le dije nada a mi madre por si me quería reñir.
Una noche me di cuenta de que cuando era de noche, en la oscuridad podía notar mejor a esa ''gente'' que yo presenciaba cada día y poco a poco noté que ya no veía a tantas personas en la calle ni en la escuela ni en ninguna parte de mi casa si era de día o estaban las luces encendidas. Supuse que era una buena señal y que debía seguir ignorando esas ''presencias''.
A partir de aquel momento empezaron las pesadillas (las que sigo teniendo a día de hoy) de las cuales he podido suponer lo que me iba a pasar. También empezaron las dichosas parálisis, durante las cuales , además de no poder moverme ni gritar ni nada de nada, sufría alucinaciones ante las que no podía hacer nada más que contemplar y morirme de miedo.
Increíble que un niña de mi edad pudiera ver y experimentar tales cosas sin saber bien lo que ocurría. Verdaderamente esto tuvo y sigue teniendo un gran efecto en mi vida.
También recuerdo cuando mi madre tiró a la basura esas estupendas zapatillas. No entendía cómo se habían podido romper tan pronto, solo me había pasado los días corriendo y brincando desde que las tenía y ahora tenía que llevar unas con cordones. No sabía atarme los cordones. ¿Qué iba a hacer si se me desataban? Tendría que pedir ayuda a alguien y eso era algo impensable, acercarme a alguien para hablarle, no.
Aprendí a atarme los cordones en nada, como era obvio, como hacemos todos.
Pero bueno, a esa edad me pasaban cosas más extrañas o especiales, como queráis interpretarlo, que saber atarme los cordones o aceptar la pérdida de mis zapatillas favoritas.
Con cinco años veía gente por todas partes, tanta gente que sobraba. Yo estaba tan acostumbrada que realmente me parecía normal. Al principio me asustaba ver a tanta gente por las calles, por las escaleras de mi casa, en el ascensor, por la noche cuando me iba a la cama... Como está claro, no lo veía nadie más.
Esa gente me susurraba cosas que yo no entendía y eso me asustaba, supongo que esa es una de las razones por las que no me gustaba ni me gusta demasiado la gente. Me pedían cosas que me aterrorizaban y tampoco comprendía por qué me lo pedían a mí, si yo solamente tenía cinco años y medio. Con el tiempo me acostumbré a ver a esa gente, nunca sospeché que realmente no estuvieran ahí ni tuve la duda de si alguien más veía lo que yo. Jamás le dije nada a mi madre por si me quería reñir.
Una noche me di cuenta de que cuando era de noche, en la oscuridad podía notar mejor a esa ''gente'' que yo presenciaba cada día y poco a poco noté que ya no veía a tantas personas en la calle ni en la escuela ni en ninguna parte de mi casa si era de día o estaban las luces encendidas. Supuse que era una buena señal y que debía seguir ignorando esas ''presencias''.
A partir de aquel momento empezaron las pesadillas (las que sigo teniendo a día de hoy) de las cuales he podido suponer lo que me iba a pasar. También empezaron las dichosas parálisis, durante las cuales , además de no poder moverme ni gritar ni nada de nada, sufría alucinaciones ante las que no podía hacer nada más que contemplar y morirme de miedo.
Increíble que un niña de mi edad pudiera ver y experimentar tales cosas sin saber bien lo que ocurría. Verdaderamente esto tuvo y sigue teniendo un gran efecto en mi vida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)