Me acuerdo de cuando tenía cinco años. Adoraba mis zapatillas blancas porque me hacían correr más rápido y eso siempre me había gustado, correr. Cuando iba al parque cada vez que eramos demasiados salía corriendo, gritando, como para parecer más divertida y también para alejarme un poco de ellos. Prefería estar sola con mis zapatillas y mis ideas de niña curiosa.
También recuerdo cuando mi madre tiró a la basura esas estupendas zapatillas. No entendía cómo se habían podido romper tan pronto, solo me había pasado los días corriendo y brincando desde que las tenía y ahora tenía que llevar unas con cordones. No sabía atarme los cordones. ¿Qué iba a hacer si se me desataban? Tendría que pedir ayuda a alguien y eso era algo impensable, acercarme a alguien para hablarle, no.
Aprendí a atarme los cordones en nada, como era obvio, como hacemos todos.
Pero bueno, a esa edad me pasaban cosas más extrañas o especiales, como queráis interpretarlo, que saber atarme los cordones o aceptar la pérdida de mis zapatillas favoritas.
Con cinco años veía gente por todas partes, tanta gente que sobraba. Yo estaba tan acostumbrada que realmente me parecía normal. Al principio me asustaba ver a tanta gente por las calles, por las escaleras de mi casa, en el ascensor, por la noche cuando me iba a la cama... Como está claro, no lo veía nadie más.
Esa gente me susurraba cosas que yo no entendía y eso me asustaba, supongo que esa es una de las razones por las que no me gustaba ni me gusta demasiado la gente. Me pedían cosas que me aterrorizaban y tampoco comprendía por qué me lo pedían a mí, si yo solamente tenía cinco años y medio. Con el tiempo me acostumbré a ver a esa gente, nunca sospeché que realmente no estuvieran ahí ni tuve la duda de si alguien más veía lo que yo. Jamás le dije nada a mi madre por si me quería reñir.
Una noche me di cuenta de que cuando era de noche, en la oscuridad podía notar mejor a esa ''gente'' que yo presenciaba cada día y poco a poco noté que ya no veía a tantas personas en la calle ni en la escuela ni en ninguna parte de mi casa si era de día o estaban las luces encendidas. Supuse que era una buena señal y que debía seguir ignorando esas ''presencias''.
A partir de aquel momento empezaron las pesadillas (las que sigo teniendo a día de hoy) de las cuales he podido suponer lo que me iba a pasar. También empezaron las dichosas parálisis, durante las cuales , además de no poder moverme ni gritar ni nada de nada, sufría alucinaciones ante las que no podía hacer nada más que contemplar y morirme de miedo.
Increíble que un niña de mi edad pudiera ver y experimentar tales cosas sin saber bien lo que ocurría. Verdaderamente esto tuvo y sigue teniendo un gran efecto en mi vida.
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