lunes, 12 de septiembre de 2016

Luciérnagas

Acababa de acostarme y ya estaba cayendo en un profundo sueño. Sentía como si cayera en un agujero infinito donde el tiempo no tenía forma de dejar correr las manecillas de mi reloj.
Caía y caía hasta que decidí parar. Sí, funcionó. No es tan difícil tomar el control.
Mis pies se posaron en un suelo de baldosas oscuras salpicadas de millones y millones de estrellas. Era como ver el cielo reflejado en un espejo.
Me incliné para tocar aquella oscura y brillante superficie acuosa que me sostenía, pero en cuanto rocé con mis dedos un puntito parpadeante, el techo se volvió suelo y el suelo, cielo. Estaba intentando alcanzar verdaderamente las estrellas y las estaba tocando.Podía recogerlas y ponerlas en un bote (que me imaginé involuntariamente) como pequeñas luciérnagas.
Me sentía verdaderamente bien.
No quería coger demasiadas por no dejar el cielo vacío, me gustaban más ahí arriba, pero sentía que me haría falta algo de luz aquella noche.
Tapé el botecito y me di cuenta de que no sabía cómo salir de allí. Era como estar encerrada en la nada. Muy bonito, sí, pero empezaba a ser estresante.
Las baldosas formaban un círculo del cual no podía salir, no podía avanzar, no había nada más que lo que ya he dicho, la nada.
 mi respiración empezaba a acelerarse, mi agobio crecía. Tenía que buscar una salida que no había, o crearla.
Di centenares de vueltas sobre mi misma buscando una opción, una idea, hasta que la vi. Ahí estaba, una puerta enorme y pesada de color negro.
Empujé con todas mis fuerzas y crucé al otro lado. La puerta se cerró sola dando un portazo detrás de mi.
Apenas podía intuir lo que había delante de mi.Parecía un pasadizo y era la única forma que tenía de buscar un camino de vuelta a casa.
Cada paso que daba me sumergía en una oscuridad cada vez más profunda que la de la sala que había dejado atrás.
Tenía miedo.Definitivamente había salido de mi zona de confort, pues cuanta más oscuridad, más sombras veía.Estaba aterrada.
De pronto recordé las estrellas que había guardado. Lo saqué y dejé que unas cuantas revolotearan a mi alrededor.
Ahora sí que parecían luciérnagas.
Sin saber cómo, estas empezaron a dar vueltas a mi alrededor, como si yo fuera su núcleo o su centro de gravedad. Giraban y giraban cada vez más rápido hasta que crearon un torbellino de luz, de fuego que me envolvía, me abrazaba y me elevaba. Todo era luz en ese momento. Solo podía ver chispas, pequeñas virutas centelleantes a mi alrededor y sentía como si volara. Volaba y me movía.
Me movía tanto que me desmayé y cuando desperté estaba en mi cama, llena de ceniza y con un tarro de cristal en mi mano.
Después, bueno, después no recuerdo nada más.

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