miércoles, 4 de febrero de 2015

Dando caza a la tortura.

Hacía demasiado frío para estar en la calle, por eso no había ni un alma. No me hubiera extrañado que se pusiera a nevar en cualquier momento.

Estaba esperando desde hacía cinco minutos aunque parecía una hora con lo helada que estaba. Odio pasar frío, y más aun cuando tengo que esperar a alguien.
Ya está. Por fin le veía. Los veía. Se supone que íbamos a estar solos...
James había traído un amigo, pero no cualquier amigo.

Comenzamos a caminar en dirección al bar dónde en un principio habíamos acordado para ir a cenar, pero allí solo nos tomamos unas cervezas. Después salimos a la calle para dirigirnos al coche, pero noté que algo cambió. Arthur, el amigo de James, me miraba de una forma que me estremecía completamente. Tenía una mirada muy gélida, y si ya tenía frío...

Me pasaron miles de ideas por la cabeza, pues me sentía amenazada y eso que aun no había ocurrido nada. Entonces James le puso la mano en el hombro y le dijo ''NO'' de una forma muy clara y firme. Algo había en los ojos de Arthur que no me gustaba y a mi el presentimiento nunca me había fallado.

Meses antes ese chico me estuvo persiguiendo por la calle para gastarme una broma y al final dijo que era una carrera y que me debería haber avisado. Sufre trastornos muy extremos e inesperados y sus amigos tratan de ayudarle a controlarse, James es uno de ellos.

Salí corriendo justo en el momento en el que el muchacho trastornado se abalanzaba hacia mí gritando como un poseso. Sí, ahora sí que tenía miedo, pero no podía parar de correr. Él me perseguía de nuevo como la otra vez, por la misma larga y aburrida calle que se hacía eternamente interminable (valga la redundancia). Mientras avanzábamos sin control avenida arriba, él me gritaba que esto era como la última vez y que ésta vez no iba a conseguir escapar.Tal vez tuviera razón esta vez.

Al final me alcanzó y me impidió moverme. Me intentaba soltar de sus brazos forcejeando pero me sujetaba muy fuerte y me tiró al suelo sin soltarme. Pocos segundos después vi a James acercarse y me sentí aliviada. Él me iba a ayudar. Pero no lo hizo.

Me sentía traicionada y herida. ¿Cómo podía haberme hecho ésto? Estaba ayudando a un loco a torturarme. Sí, eso es lo que quería. Llevaba tiempo amenazándome con que algún día conseguiría darme caza para descuartizarme y guardar las partes más bonitas de mí en algún tarro o en un congelador. Es siniestro pensarlo, y puede que al leerlo no se sienta lo mismo que al estar en una situación de terror.

Entre los dos me metieron en el coche y uno de ellos se sentó en la parte de atrás conmigo para que no intentara huir. Lo intenté y recibí un golpe en la cabeza.
Lo último que recuerdo es un jersey rosa y un puñado de patatas fritas en un plato. Otro sinsentido en la rutina de mis sueños extraños.

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