A partir de los cinco años empecé a olvidarme de esas cosas extrañas que me pasaban. Seguía teniendo pesadillas y sueños raros pero ya era algo normal para mí, no le daba importancia.
A los siete años me tuve que mudar porque mis padres habían encontrado trabajo cerca de otro pueblo y era mucho mejor para todos irnos a otra casa. Me enfadé bastante por tener que dejar a mis mejores amigos en mi antiguo hogar. Quería llevármelos conmigo pero probablemente sus madres no estarían de acuerdo.
Antes de largarnos de aquella casa me aseguré de dejar mi nombre escrito con un lápiz azul en la pared de la que dejaba de ser mi habitación.
Pronto me acostumbré a la nueva casa y mi habitación era mi lugar favorito. Pero vino la separación de mis padres y bueno, ya sabéis, esa casa también la dejé. Mi madre buscó un piso para las dos y mi padre vendió la casa.
Me sorprendió lo rápido que parecían haber olvidado todos los años que habían compartido y como encontraron a alguien que los amara. Pero lo que más me sorprendió fue ver como mi madre poco a poco se olvidaba de que tenía una hija y se centraba más en ella misma. La persona que tenía junto a ella la cegaba, mucho.
Pasaron así unos siete u ocho años, hasta que cumplí los dieciocho, durante los cuales estuve soportando que me hablaran mal y, de vez en cuando, me dieran un bofetón tan fuerte que me giraba la cara y con ella el resto del cuerpo. Pero en mi mayoría de edad puse un punto a esas situaciones y me fui de casa. Sí, me fui pero no muy lejos ya que solo podía ir a casa de mis abuelos. Podría haberme quedado en casa de mi padre pero tendría que contaros otras historia para que lo pudierais entender. El caso es que tampoco tardé mucho en volver con mi madre y su pareja, pero las cosas empezaban a cambiar. Cambiaron tanto que al mes de haber vuelto a casa el marido de mi madre falleció.
Fue un golpe muy duro para todos nosotros porque nadie se lo esperaba y a pesar de todas las peleas y las veces que me ha echado la culpa sin sentido alguno, yo estaba destrozada puede que incluso más que mi madre.
Como toda mi vida, tuve que hacerme adulta, más aun de lo que fui a partir de que mis padres se separaran y dejaran de quererse. En el fondo me hace gracia lo inocente que era. recuerdo que un día le pregunté a mi padre si aun seguía queriendo a mamá.
Pero bueno, a lo que iba. A partir de la muerte que nos golpeó nuestras rutinas, volvieron a suceder cosas bastante paranormales. Meses antes de todo lo sucedido yo volvía a ser consciente de cosas que pasaban ante mis ojos. Puede que ya las viera un año o dos atrás, pero empecé a tomar consciencia de nuevo y esta vez creía estar preparada para esto.
Sé que pude ver al marido de mi madre lamentarse por no poder acariciar a mi hermano y de que yo no hiciera nada para ayudarlo, pero yo estaba muerta de miedo. Realmente no estaba preparada.
También sé que he visto a gente de mi familia o que al menos he soñado con ellos y me enviaban algún mensaje.
Tuvimos que volver a casa de mis abuelos, al pueblo donde yo me sentía en mi lugar, y me reencontré con mis mejores amigos de la infancia. Ahora tenía mis mejores amigos y mi novio y a su madre, que es una mujer muy dulce que también entiende bastante de estos temas pero que a veces pierde un poco los nervios, pero reencontrarme con Alejandro y Guillermo fue algo muy especial. El destino nos había reunido de nuevo.
Empecé a compartir estas experiencias con ellos dos, más con Álex que con Guille, y sentí que había un lazo que nos unía. Puede que me equivoque pero no todo el mundo sueña lo mismo que sus amigos y tampoco compartes las mismas horas de parálisis del sueño.
Hasta el día de hoy, que solo ha pasado un año, estas cosas siguen siendo así.
La verdad no tengo una vida muy destacable pero sí muy interesante y hay muchas cosas que me asustan pero no la cambiaría por nada.
Creo que esto es un buen resumen de estos últimos años. Me he saltado unos meses recién pasados pero ya contaré lo sucedido en otro momento.
sábado, 26 de septiembre de 2015
jueves, 24 de septiembre de 2015
Las luces de la vida.
Me acuerdo de cuando tenía cinco años. Adoraba mis zapatillas blancas porque me hacían correr más rápido y eso siempre me había gustado, correr. Cuando iba al parque cada vez que eramos demasiados salía corriendo, gritando, como para parecer más divertida y también para alejarme un poco de ellos. Prefería estar sola con mis zapatillas y mis ideas de niña curiosa.
También recuerdo cuando mi madre tiró a la basura esas estupendas zapatillas. No entendía cómo se habían podido romper tan pronto, solo me había pasado los días corriendo y brincando desde que las tenía y ahora tenía que llevar unas con cordones. No sabía atarme los cordones. ¿Qué iba a hacer si se me desataban? Tendría que pedir ayuda a alguien y eso era algo impensable, acercarme a alguien para hablarle, no.
Aprendí a atarme los cordones en nada, como era obvio, como hacemos todos.
Pero bueno, a esa edad me pasaban cosas más extrañas o especiales, como queráis interpretarlo, que saber atarme los cordones o aceptar la pérdida de mis zapatillas favoritas.
Con cinco años veía gente por todas partes, tanta gente que sobraba. Yo estaba tan acostumbrada que realmente me parecía normal. Al principio me asustaba ver a tanta gente por las calles, por las escaleras de mi casa, en el ascensor, por la noche cuando me iba a la cama... Como está claro, no lo veía nadie más.
Esa gente me susurraba cosas que yo no entendía y eso me asustaba, supongo que esa es una de las razones por las que no me gustaba ni me gusta demasiado la gente. Me pedían cosas que me aterrorizaban y tampoco comprendía por qué me lo pedían a mí, si yo solamente tenía cinco años y medio. Con el tiempo me acostumbré a ver a esa gente, nunca sospeché que realmente no estuvieran ahí ni tuve la duda de si alguien más veía lo que yo. Jamás le dije nada a mi madre por si me quería reñir.
Una noche me di cuenta de que cuando era de noche, en la oscuridad podía notar mejor a esa ''gente'' que yo presenciaba cada día y poco a poco noté que ya no veía a tantas personas en la calle ni en la escuela ni en ninguna parte de mi casa si era de día o estaban las luces encendidas. Supuse que era una buena señal y que debía seguir ignorando esas ''presencias''.
A partir de aquel momento empezaron las pesadillas (las que sigo teniendo a día de hoy) de las cuales he podido suponer lo que me iba a pasar. También empezaron las dichosas parálisis, durante las cuales , además de no poder moverme ni gritar ni nada de nada, sufría alucinaciones ante las que no podía hacer nada más que contemplar y morirme de miedo.
Increíble que un niña de mi edad pudiera ver y experimentar tales cosas sin saber bien lo que ocurría. Verdaderamente esto tuvo y sigue teniendo un gran efecto en mi vida.
También recuerdo cuando mi madre tiró a la basura esas estupendas zapatillas. No entendía cómo se habían podido romper tan pronto, solo me había pasado los días corriendo y brincando desde que las tenía y ahora tenía que llevar unas con cordones. No sabía atarme los cordones. ¿Qué iba a hacer si se me desataban? Tendría que pedir ayuda a alguien y eso era algo impensable, acercarme a alguien para hablarle, no.
Aprendí a atarme los cordones en nada, como era obvio, como hacemos todos.
Pero bueno, a esa edad me pasaban cosas más extrañas o especiales, como queráis interpretarlo, que saber atarme los cordones o aceptar la pérdida de mis zapatillas favoritas.
Con cinco años veía gente por todas partes, tanta gente que sobraba. Yo estaba tan acostumbrada que realmente me parecía normal. Al principio me asustaba ver a tanta gente por las calles, por las escaleras de mi casa, en el ascensor, por la noche cuando me iba a la cama... Como está claro, no lo veía nadie más.
Esa gente me susurraba cosas que yo no entendía y eso me asustaba, supongo que esa es una de las razones por las que no me gustaba ni me gusta demasiado la gente. Me pedían cosas que me aterrorizaban y tampoco comprendía por qué me lo pedían a mí, si yo solamente tenía cinco años y medio. Con el tiempo me acostumbré a ver a esa gente, nunca sospeché que realmente no estuvieran ahí ni tuve la duda de si alguien más veía lo que yo. Jamás le dije nada a mi madre por si me quería reñir.
Una noche me di cuenta de que cuando era de noche, en la oscuridad podía notar mejor a esa ''gente'' que yo presenciaba cada día y poco a poco noté que ya no veía a tantas personas en la calle ni en la escuela ni en ninguna parte de mi casa si era de día o estaban las luces encendidas. Supuse que era una buena señal y que debía seguir ignorando esas ''presencias''.
A partir de aquel momento empezaron las pesadillas (las que sigo teniendo a día de hoy) de las cuales he podido suponer lo que me iba a pasar. También empezaron las dichosas parálisis, durante las cuales , además de no poder moverme ni gritar ni nada de nada, sufría alucinaciones ante las que no podía hacer nada más que contemplar y morirme de miedo.
Increíble que un niña de mi edad pudiera ver y experimentar tales cosas sin saber bien lo que ocurría. Verdaderamente esto tuvo y sigue teniendo un gran efecto en mi vida.
domingo, 31 de mayo de 2015
Indescriptible, porque realmente no sé como expresarlo.
Yo llevaba mucho tiempo sin estar cómoda con lo que tenía. Sí que debería haberlo valorado más estos últimos meses, pero estaba cansada de ser la única que hacía algo por el otro.
De vuelta a las clases después de una corta Navidad, nos encontramos con nuevos personajes los cuales no tenían intención de formar parte de nuestra pequeña locura de novatos.
Estaban los tres que se sentaban juntos porque ya se conocían del año pasado, la que socializaba con las menos populares de la clase, la mujer mayor que miraba a todo el mundo cuando alguno de nosotros hablaba, el que se sentaba solo a no ser que alguna devoradora de hombres se pusiera a su lado, y los de intercambio. Esos últimos son a los que menos se les oía.
Las miradas son inevitables en estas situaciones. Los que ya nos conocemos nos miramos cómplices del mismo pensamiento cuando vemos que algo nos gusta o nos produce risa. Pero ellos...ellos también se percataron, si no todos, por lo menos uno de ellos.
Y quién iba a pensar que yo acabaría así...Él nos miraba como con desinterés, sabiendo lo que pensamos todos y cada uno de nosotros, analizando nuestros gestos y formas de expresarnos.
No sé si fue mi sana locura de niña adolescente aún a mis 18 lo que me llevó a cometer aquella tontería o simplemente que algo me decía por dentro que tenía que hablarle, que había algo de lo que teníamos que hablar. No lo sé bien, pero lo hice.
En un principio me entró miedo y no quería molestar a nadie así que en lugar de buscar su contacto, seleccioné el de un amigo al cual tengo guardado con un nombre parecido. Mi destino a hablarle ya no lo pude cambiar. Tonta de mi por no fijarme, que en lugar de saludar a mi amigo había enviado un mensaje al otro muchacho.
Para mi sorpresa respondió enseguida. Yo sabía que él pensaba que lo mío no había sido un accidente, pero me dio un poco igual lo que pensara.
Fueron horas las que estuvimos hablando. Y, en efecto, había algo bastante ''importante'' de lo que hablamos. Sentí miedo y fascinación a la vez, porque sentía que había encontrado a alguien como yo, más mayor y con más vivencias y errores, pero como yo. Sentía escalofríos cada vez que me contaba una parte de su vida, un momento espeluznante y algunos otros bastante tristes. No sentía pena por él, yo estaba segura de que eso eran rachas.
Las siguientes noches se llenaron de conversaciones bastante entretenidas, divertidas, íntimas, variadas. Y me fui acostumbrando a ello.
Ahora, ¿qué puedo decir ahora? Me siento como no me había sentido nunca. Creía haber conocido algo muy bueno hasta que éste llegó y me di cuenta de que no, de que era mucho más de lo que yo pensaba que sería sentir algo así. Que en tan poco tiempo una persona te enseñe valores, que os aprendáis a tratar el uno al otro y que haya tanta comodidad...es un regalo.
Qué bonito cuando encontramos sensaciones así.
miércoles, 4 de febrero de 2015
Sophie.
Anna tenía doce hermanas. Eran todas muy felices y solamente querían hacer feliz a su madre. Su padre murió ahogado en un bonito lago cerca de su casa de madera.
Ella y su familia vivían en medio del campo, sin coches ni vecinos molestos que solo te visitan para pedir sal o leche, y sin recursos ni medios para avisar lo más rápido posible a las autoridades o la ambulancia.
La casa de madera en la que vivían tenía un porche justo en la entrada, donde se podía ver una mesa con cuatro sillas de color blanco y un sofá balancín. La puerta de entrada estaba justo en el medio y dos ventanas la acompañaban a los lados. La puerta era lo más bonito del porche. Le daba un toque elegante a esa vieja casa. Era blanca, con cristales que impedían mirar el interior pero que sin embargo dejaban contemplar lo de fuera de la casa, y también unos barrotes verticales que la cruzaban de arriba a bajo. Tenía florituras bordeando el marco de la puerta.
Una mañana, la madre de las niñas se despertó algo enferma, así que se quedó todo el día en una habitación sentada en una mecedora con una de sus niñas más pequeñas en brazos y vigilando que no hicieran nada malo o no les pasara nada. Anna, como era la más mayor de las hermanas, decidió hacer las tareas de su madre y preparar la comida. Pero la pequeña Sophie la perseguía todo el día para jugar con ella. Sophie tenía a su hermana en un pedestal y quería ser igual que ella. La imitaba al hablar, utilizaba las mismas expresiones, se intentaba mover igual y vestirse igual que Anna. A ella a veces le parecía gracioso pero en ese momento la estaba poniendo nerviosa porque tenía que estar pendiente de la comida y muchas cosas más.
Cada vez que le decía que no a Sophie, ésta lloriqueaba y se quejaba de que no jugaba con ella porque ya no la quería. En un momento de desesperación, Anna gritó a su hermana pequeña para que le hiciera caso y fuera paciente, pero consiguió que la niña se asustara y huyera corriendo y llorando a la vez.
Anna se sintió mal y persiguió a su hermanita por todo el pasillo largo que llevaba hasta la puerta de entrada, pero no la alcanzó y Sophie salió fuera. Cuando llegó la muchacha, no podía abrir la puerta. Se había cerrado y no había otra salida en la casa. Anna estaba nerviosa. Forzaba el pomo de la puerta y estiraba de ella para abrirla pero no podía.
Tampoco conseguía ver a su hermana pequeña, hasta que , de repente, apareció delante de la puerta toda ensangrentada. Tenía su vestido chorreando de la sangre que le salía de los ojos, de la boca, de la nariz. Le aparecían manchas de sangre en la ropa, como si tuviera una herida debajo de ella y al tocar la tela se esparciera el líquido.
Anna no podía soportar ver eso. Su hermana gritaba de dolor y se tambaleaba. Ella seguía intentando abrir la puerta, ya golpeando el cristal. Era inútil. Cayó al suelo y su impotencia la sumió en un llanto que apenas la dejaba ver más allá de sus dedos que cubrían sus ojos ante tal horror. De repente se preguntó si su madre y sus hermanas la habrían oído y cuando se puso en pie para ir dentro corriendo, la puerta se abrió. Anna se dio la vuelta y antes de que pudiera salir para atender a su hermana, se despertó de aquella pesadilla llena de vestidos blancos de muñeca que tanto la aterraban. Estaba en su cama junto a su única hermana pequeña, Sophie. Ésta la miraba y le acariciaba el pelo para tranquilizarla y ayudarla a olvidar aquel terrible sueño.
Ella y su familia vivían en medio del campo, sin coches ni vecinos molestos que solo te visitan para pedir sal o leche, y sin recursos ni medios para avisar lo más rápido posible a las autoridades o la ambulancia.
La casa de madera en la que vivían tenía un porche justo en la entrada, donde se podía ver una mesa con cuatro sillas de color blanco y un sofá balancín. La puerta de entrada estaba justo en el medio y dos ventanas la acompañaban a los lados. La puerta era lo más bonito del porche. Le daba un toque elegante a esa vieja casa. Era blanca, con cristales que impedían mirar el interior pero que sin embargo dejaban contemplar lo de fuera de la casa, y también unos barrotes verticales que la cruzaban de arriba a bajo. Tenía florituras bordeando el marco de la puerta.
Una mañana, la madre de las niñas se despertó algo enferma, así que se quedó todo el día en una habitación sentada en una mecedora con una de sus niñas más pequeñas en brazos y vigilando que no hicieran nada malo o no les pasara nada. Anna, como era la más mayor de las hermanas, decidió hacer las tareas de su madre y preparar la comida. Pero la pequeña Sophie la perseguía todo el día para jugar con ella. Sophie tenía a su hermana en un pedestal y quería ser igual que ella. La imitaba al hablar, utilizaba las mismas expresiones, se intentaba mover igual y vestirse igual que Anna. A ella a veces le parecía gracioso pero en ese momento la estaba poniendo nerviosa porque tenía que estar pendiente de la comida y muchas cosas más.
Cada vez que le decía que no a Sophie, ésta lloriqueaba y se quejaba de que no jugaba con ella porque ya no la quería. En un momento de desesperación, Anna gritó a su hermana pequeña para que le hiciera caso y fuera paciente, pero consiguió que la niña se asustara y huyera corriendo y llorando a la vez.
Anna se sintió mal y persiguió a su hermanita por todo el pasillo largo que llevaba hasta la puerta de entrada, pero no la alcanzó y Sophie salió fuera. Cuando llegó la muchacha, no podía abrir la puerta. Se había cerrado y no había otra salida en la casa. Anna estaba nerviosa. Forzaba el pomo de la puerta y estiraba de ella para abrirla pero no podía.
Tampoco conseguía ver a su hermana pequeña, hasta que , de repente, apareció delante de la puerta toda ensangrentada. Tenía su vestido chorreando de la sangre que le salía de los ojos, de la boca, de la nariz. Le aparecían manchas de sangre en la ropa, como si tuviera una herida debajo de ella y al tocar la tela se esparciera el líquido.
Anna no podía soportar ver eso. Su hermana gritaba de dolor y se tambaleaba. Ella seguía intentando abrir la puerta, ya golpeando el cristal. Era inútil. Cayó al suelo y su impotencia la sumió en un llanto que apenas la dejaba ver más allá de sus dedos que cubrían sus ojos ante tal horror. De repente se preguntó si su madre y sus hermanas la habrían oído y cuando se puso en pie para ir dentro corriendo, la puerta se abrió. Anna se dio la vuelta y antes de que pudiera salir para atender a su hermana, se despertó de aquella pesadilla llena de vestidos blancos de muñeca que tanto la aterraban. Estaba en su cama junto a su única hermana pequeña, Sophie. Ésta la miraba y le acariciaba el pelo para tranquilizarla y ayudarla a olvidar aquel terrible sueño.
Dando caza a la tortura.
Hacía demasiado frío para estar en la calle, por eso no había ni un alma. No me hubiera extrañado que se pusiera a nevar en cualquier momento.
Estaba esperando desde hacía cinco minutos aunque parecía una hora con lo helada que estaba. Odio pasar frío, y más aun cuando tengo que esperar a alguien.
Ya está. Por fin le veía. Los veía. Se supone que íbamos a estar solos...
James había traído un amigo, pero no cualquier amigo.
Comenzamos a caminar en dirección al bar dónde en un principio habíamos acordado para ir a cenar, pero allí solo nos tomamos unas cervezas. Después salimos a la calle para dirigirnos al coche, pero noté que algo cambió. Arthur, el amigo de James, me miraba de una forma que me estremecía completamente. Tenía una mirada muy gélida, y si ya tenía frío...
Me pasaron miles de ideas por la cabeza, pues me sentía amenazada y eso que aun no había ocurrido nada. Entonces James le puso la mano en el hombro y le dijo ''NO'' de una forma muy clara y firme. Algo había en los ojos de Arthur que no me gustaba y a mi el presentimiento nunca me había fallado.
Meses antes ese chico me estuvo persiguiendo por la calle para gastarme una broma y al final dijo que era una carrera y que me debería haber avisado. Sufre trastornos muy extremos e inesperados y sus amigos tratan de ayudarle a controlarse, James es uno de ellos.
Salí corriendo justo en el momento en el que el muchacho trastornado se abalanzaba hacia mí gritando como un poseso. Sí, ahora sí que tenía miedo, pero no podía parar de correr. Él me perseguía de nuevo como la otra vez, por la misma larga y aburrida calle que se hacía eternamente interminable (valga la redundancia). Mientras avanzábamos sin control avenida arriba, él me gritaba que esto era como la última vez y que ésta vez no iba a conseguir escapar.Tal vez tuviera razón esta vez.
Al final me alcanzó y me impidió moverme. Me intentaba soltar de sus brazos forcejeando pero me sujetaba muy fuerte y me tiró al suelo sin soltarme. Pocos segundos después vi a James acercarse y me sentí aliviada. Él me iba a ayudar. Pero no lo hizo.
Me sentía traicionada y herida. ¿Cómo podía haberme hecho ésto? Estaba ayudando a un loco a torturarme. Sí, eso es lo que quería. Llevaba tiempo amenazándome con que algún día conseguiría darme caza para descuartizarme y guardar las partes más bonitas de mí en algún tarro o en un congelador. Es siniestro pensarlo, y puede que al leerlo no se sienta lo mismo que al estar en una situación de terror.
Entre los dos me metieron en el coche y uno de ellos se sentó en la parte de atrás conmigo para que no intentara huir. Lo intenté y recibí un golpe en la cabeza.
Lo último que recuerdo es un jersey rosa y un puñado de patatas fritas en un plato. Otro sinsentido en la rutina de mis sueños extraños.
Estaba esperando desde hacía cinco minutos aunque parecía una hora con lo helada que estaba. Odio pasar frío, y más aun cuando tengo que esperar a alguien.
Ya está. Por fin le veía. Los veía. Se supone que íbamos a estar solos...
James había traído un amigo, pero no cualquier amigo.
Comenzamos a caminar en dirección al bar dónde en un principio habíamos acordado para ir a cenar, pero allí solo nos tomamos unas cervezas. Después salimos a la calle para dirigirnos al coche, pero noté que algo cambió. Arthur, el amigo de James, me miraba de una forma que me estremecía completamente. Tenía una mirada muy gélida, y si ya tenía frío...
Me pasaron miles de ideas por la cabeza, pues me sentía amenazada y eso que aun no había ocurrido nada. Entonces James le puso la mano en el hombro y le dijo ''NO'' de una forma muy clara y firme. Algo había en los ojos de Arthur que no me gustaba y a mi el presentimiento nunca me había fallado.
Meses antes ese chico me estuvo persiguiendo por la calle para gastarme una broma y al final dijo que era una carrera y que me debería haber avisado. Sufre trastornos muy extremos e inesperados y sus amigos tratan de ayudarle a controlarse, James es uno de ellos.
Salí corriendo justo en el momento en el que el muchacho trastornado se abalanzaba hacia mí gritando como un poseso. Sí, ahora sí que tenía miedo, pero no podía parar de correr. Él me perseguía de nuevo como la otra vez, por la misma larga y aburrida calle que se hacía eternamente interminable (valga la redundancia). Mientras avanzábamos sin control avenida arriba, él me gritaba que esto era como la última vez y que ésta vez no iba a conseguir escapar.Tal vez tuviera razón esta vez.
Al final me alcanzó y me impidió moverme. Me intentaba soltar de sus brazos forcejeando pero me sujetaba muy fuerte y me tiró al suelo sin soltarme. Pocos segundos después vi a James acercarse y me sentí aliviada. Él me iba a ayudar. Pero no lo hizo.
Me sentía traicionada y herida. ¿Cómo podía haberme hecho ésto? Estaba ayudando a un loco a torturarme. Sí, eso es lo que quería. Llevaba tiempo amenazándome con que algún día conseguiría darme caza para descuartizarme y guardar las partes más bonitas de mí en algún tarro o en un congelador. Es siniestro pensarlo, y puede que al leerlo no se sienta lo mismo que al estar en una situación de terror.
Entre los dos me metieron en el coche y uno de ellos se sentó en la parte de atrás conmigo para que no intentara huir. Lo intenté y recibí un golpe en la cabeza.
Lo último que recuerdo es un jersey rosa y un puñado de patatas fritas en un plato. Otro sinsentido en la rutina de mis sueños extraños.
miércoles, 28 de enero de 2015
Pesadilla incómoda.
Estaba durmiendo tranquilamente en mi cama. Tenía por lo menos cuatro mantas y una debajo de mí, para no pasar frío.
Era totalmente consciente de que estaba soñando y de que lo que empezaba a pasar no era bueno. Aun siendo un sueño, sentía que era una realidad, mi realidad. Notaba mis ojos entreabiertos, aunque no lo estaban, y me empezaba a faltar el aire. Odio esa sensación. A continuación comencé a respirar cada vez más rápido y con fuerza, como si agotara el aire que había en mis pulmones. De repente dejé de ver lo poco que alcanzaba y se hizo oscuridad en mis ojos. Me ensordecía esa situación, creía que me iba a estallar la cabeza y apenas podía moverme. Era como estar paralizada. Una parálisis del sueño, se dice.
Cuando pude moverme, después de luchar contra mi cuerpo dormido, pude volver a respirar tranquila y abrí mis ojos. Me senté despacio en el borde de la cama y me quedé contemplando la puerta de mi habitación, que se quedaba a mi izquierda. En ella estaba Álex, de pie, al lado de algo que parecía una luz flotante. No sé exactamente lo que era pero algo me decía que era como una vida, un alma de luz, algo bueno.
Pero sentía que habían más presencias en mi cuarto. El rostro de mi amigo me preocupaba, parecía asustado por algo. Él miraba hacia la ventana que estaba justo encima del cabezal de mi cama. Sí, había algo ahí, algo que no me gustaba y me quería hacer daño.
Me sentía completamente alerta pero no sabía como actuar y tenía miedo de hacer algo mal, pues estaba Álex allí también.
Poco a poco fui poniéndome de pie, como quien no quiere la cosa, y me acerqué a la puerta como tratando de no hacer ruido, le di la mano al muchacho y esa luz que estaba junto a él se metió en nosotros. Nuestros ojos en blanco y la cabeza echada hacia atrás expulsando de nosotros un haz de luz blanca por las bocas, que se habían abierto al echar la cabeza atrás. La oscuridad no tenía cabida en esa habitación y cuando la luz que provenía de nosotros cesó, caímos al suelo desplomados como si se nos hubieran agotado las fuerzas.
Poco después sonó mi teléfono. Era Alejandro, me llamaba porque había tenido un sueño muy extraño y aparecíamos en mi cuarto con un espíritu de luz y otro que habitaba en la sombra y pretendía algo contra mí. Qué cosas pasan últimamente.
Era totalmente consciente de que estaba soñando y de que lo que empezaba a pasar no era bueno. Aun siendo un sueño, sentía que era una realidad, mi realidad. Notaba mis ojos entreabiertos, aunque no lo estaban, y me empezaba a faltar el aire. Odio esa sensación. A continuación comencé a respirar cada vez más rápido y con fuerza, como si agotara el aire que había en mis pulmones. De repente dejé de ver lo poco que alcanzaba y se hizo oscuridad en mis ojos. Me ensordecía esa situación, creía que me iba a estallar la cabeza y apenas podía moverme. Era como estar paralizada. Una parálisis del sueño, se dice.
Cuando pude moverme, después de luchar contra mi cuerpo dormido, pude volver a respirar tranquila y abrí mis ojos. Me senté despacio en el borde de la cama y me quedé contemplando la puerta de mi habitación, que se quedaba a mi izquierda. En ella estaba Álex, de pie, al lado de algo que parecía una luz flotante. No sé exactamente lo que era pero algo me decía que era como una vida, un alma de luz, algo bueno.
Pero sentía que habían más presencias en mi cuarto. El rostro de mi amigo me preocupaba, parecía asustado por algo. Él miraba hacia la ventana que estaba justo encima del cabezal de mi cama. Sí, había algo ahí, algo que no me gustaba y me quería hacer daño.
Me sentía completamente alerta pero no sabía como actuar y tenía miedo de hacer algo mal, pues estaba Álex allí también.
Poco a poco fui poniéndome de pie, como quien no quiere la cosa, y me acerqué a la puerta como tratando de no hacer ruido, le di la mano al muchacho y esa luz que estaba junto a él se metió en nosotros. Nuestros ojos en blanco y la cabeza echada hacia atrás expulsando de nosotros un haz de luz blanca por las bocas, que se habían abierto al echar la cabeza atrás. La oscuridad no tenía cabida en esa habitación y cuando la luz que provenía de nosotros cesó, caímos al suelo desplomados como si se nos hubieran agotado las fuerzas.
Poco después sonó mi teléfono. Era Alejandro, me llamaba porque había tenido un sueño muy extraño y aparecíamos en mi cuarto con un espíritu de luz y otro que habitaba en la sombra y pretendía algo contra mí. Qué cosas pasan últimamente.

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